Comienzo con una autocrítica.
Los evangélicos, en general, no hemos tomado en serio la realidad sociopolítica del país, porque no hemos enseñado acerca de la ciudadanía ni la relevante importancia de conectar nuestra fe con los asuntos de gobierno.

Nuestro contacto ha sido sobresaliente en cuestiones de ayuda social: comedores, roperos, centros para adictos, hogares de niños y de ancianos —y, por supuesto, eso está muy bien—.
Pero, por desconfianza, honesta ignorancia o cierto temor, hemos relegado la participación política, incluso en temas tan básicos como el voto.
Hay que votar, porque votar es participar.
Un millón de veces hemos escuchado la gastada frase: “Si los evangélicos se unieran, con su voto pondrían un presidente”… tan utópica como antigua.
A la vista está que, en política, estamos más desunidos que en el fútbol, donde al menos el Mundial nos pone a todos del mismo lado. En política, no hay Mundial que logre eso.
Espero que maduremos algún día.
Reconozco los avances: las reuniones con candidatos, algunas expresiones públicas de opinión sobre temas controversiales, etc. Hemos mejorado bastante. Gracias a Dios.
Sin embargo, seguimos dejando de lado el gran poder que la democracia nos da —el voto— para expresar el rumbo que deseamos para el país.
Oramos por bendición, pero parece que no recibimos revelación sobre a quién votar.
Pedimos paz para la nación, pero con el voto expresamos que cualquiera puede traer esa paz. Caramba.

Así que, la pregunta “Odol” es: ¿a quién votamos?
Les comparto mis claves personales a la hora de entrar al cuarto oscuro:
- Tengo plena conciencia de que “no hay justo, ni aun uno”, es decir, el candidato perfecto no existe.
- No voto a personas que van a ser pastores, sino a personas que son políticos; por eso, no los evalúo por su conocimiento doctrinal o bíblico.
- Conozco su historia política y, como hoy no hay archivo imposible de ver, puedo distinguir con claridad a los mentirosos y ladrones seriales de quienes no lo son.
- De ninguna manera voto a quienes desprecian públicamente el nombre de Dios o niegan su existencia. No me contradigo con el punto anterior: este es mi límite. En otras palabras, para que se entienda, jamás votaría a la izquierda.
- Tampoco voto a quienes ya han estado en el gobierno y no fueron fieles a su mandato. Esto no significa que no se hayan equivocado, sino que hay una clara evidencia de corrupción o maltrato a la ciudadanía.
- Voto por aquellos que, desde su postura ideológica, buscan ser aliados de otros gobiernos que defienden mis valores culturales, cristianos y occidentales. Es decir, si hay olor a islamismo, no los voto.
- Por supuesto, no voto a los que están procesados, y mucho menos a los que tienen referentes condenados por la ley.
- Tampoco voto a los “magos” que, mediante la impresión de billetes, pretenden llenar los bolsillos de los pobres con dinero sin valor para calmar la ansiedad, pero generan inflación y desastres económicos enormes.
- También voto a los que han dado lugar en sus listas a cristianos en roles significativos, valorando tanto su profesionalismo como su fe evangélica.
- Termino diciendo que no voy a votar sin saber. Pregunto, leo, escucho, pienso, medito, oro y decido. Tengo pruebas y testimonios de quiénes son los candidatos, historia para analizar e intenciones para discernir.
- Trato de evitar, a toda costa, que me sigan mintiendo, y me animo a votar por quienes están más cerca de mis creencias y valores cristianos evangélicos.
Espero que les sirva.
Yo quiero un Gobierno Justo.
Dr. Marcelo Diaz