En el mundo actual, más de 380 millones de cristianos sufren distintos niveles de persecución y discriminación debido a su fe. Pese a la magnitud del fenómeno —que equivale a uno de cada siete creyentes—, el tema apenas encuentra eco en la opinión pública internacional.

Los ataques adoptan múltiples formas: desde la prohibición de orar y el cierre forzoso de templos, hasta la destrucción de comunidades enteras, desplazamientos, arrestos y asesinatos masivos. Solo en 2024, según la organización Puertas Abiertas registró 4.476 muertes de cristianos por motivos religiosos, de las cuales la gran mayoría ocurrieron en África subsahariana. En la República Democrática del Congo, por ejemplo, se contabilizaron 355 homicidios, además de 10.000 desplazados forzosos a raíz de la violencia de grupos armados vinculados al extremismo islámico.
Uno de los episodios más impactantes tuvo lugar el 19 de febrero en Kasanga, al este del Congo: 70 cristianos fueron secuestrados y decapitados dentro de una iglesia por milicianos yihadistas. Se trató de un ataque atribuido a las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), facción cercana al Estado Islámico.
La situación no se limita a África. En Asia Central aumentaron las restricciones estatales contra las comunidades de fe en países como Kazajistán, Tayikistán y Kirguistán. En Oriente Medio, naciones como Yemen y Sudán ocupan los primeros puestos en el Índice Mundial de Persecución, mientras que en Corea del Norte el cristianismo sigue absolutamente prohibido.

Las cifras revelan una realidad dramática: desde hace más de una década, la persecución contra los cristianos crece de forma constante. El informe de Puertas Abiertas 2025 —que abarca de octubre de 2023 a septiembre de 2024— ubica a 50 países donde los creyentes son blanco prioritario de la represión, ya sea por gobiernos autoritarios o por grupos extremistas.
Más allá de los números, se trata de historias humanas. Testimonios como el de Ernesto, un cristiano de Mozambique que fue brutalmente torturado por negarse a renunciar a su fe, o el de comunidades nigerianas desplazadas de sus aldeas agrícolas tras continuos ataques, muestran el rostro concreto del sufrimiento.
En el pasado, papa Francisco había señalado en varias ocasiones, que hoy existen más mártires que en los primeros siglos del cristianismo bajo el Imperio Romano. Líderes de otras religiones también han llamado la atención sobre este fenómeno, preguntándose por qué el mundo guarda silencio frente a una violencia tan extendida.

Paradójicamente, este silencio puede explicarse por la percepción de que el cristianismo es mayoritario en Occidente y, por lo tanto, difícil de imaginar como víctima. También influyen el laicismo mal entendido y la corrección política, que tienden a minimizar o invisibilizar estos hechos para no entrar en conflicto con minorías religiosas o políticas.
A pesar de todo, miles de cristianos en África, Asia y Medio Oriente continúan afirmando su fe en medio de amenazas, cárceles y masacres. “detrás de cada estadística hay vidas reales: hombres, mujeres y niños que merecen vivir en libertad y seguridad”.