Cristianos en Política

¿Estamos dejando de ser protestantes?

A nivel global los medios de comunicación están mostrando al fallecido papa como si hubiese sido casi un mártir y un líder de paz.
Se ha logado transmitir la «imagen» de un hombre «bonachón», humilde, carismático y compasivo.
Se lo está mostrando como si hubiese sido gran hombre y un buen líder religioso. Nunca está demás recordar que la objetividad no es patrimonio de los que aún siguen siendo los medios masivos de comunicación y siguen, en época de «redes», guiando la agenda de la opinión pública.

Y claro, el fallecimiento de Francisco ha provocado los saludos y pesares de líderes de los distintos estratos de poder, además de la visita de los máximos mandatarios al funeral en el Vaticano.

Y al margen del respeto que le debemos a quienes profesan la fe católica no está demás hacer un breve relevamiento veraz acerca de las posturas y acciones concretas que llevó adelante el jefe del estado del Vaticano.

Francisco, era de la orden jesuita, con todo lo que eso implicaba. Es largo de explicar quienes eran los jesuitas pero sus intenciones reales, nunca estuvieron acorde a las bases de la fe cristiana. Perdón pero no voy a ser políticamente correcto. Ya no solo hablemos de las tergiversaciones de las escrituras al decir que «todos los caminos conducen a Dios», «todos son hijos de Dios» o aberraciones similares.

Francisco, por otra parte, apoyó la gran mayoría de acciones de los cuestionados organismos supraestatales, como la OMS, el Foro de Davos, la UNESCO, entre otros.
Durante la pandemia, él mismo apoyó el encierro masivo de los ciudadanos en detrimento de nuestras libertades fundamentales, aduciendo que era «por el bien de la gente». Nunca cuestionó el cierre masivo de las iglesias cristianas alrededor del mundo durante dicha pandemia.
Abonó, además, la idea de que la vacuna contra el covid tenia que ser aplicada mundialmente, cuando todos sabíamos que las mismas no tenían los debidos procesos científicos para ser aprobadas. Pero él dijo que «vacunarse es un acto de amor».
Quien osó predicar el encierro masivo en pos de defenestrar nuestra libertad tal vez nunca luchó por el bien de la humanidad sino por otros intereses.

El Estado del Vaticano tiene un poder que excede a la institución política que es. Desde allí, bajo el liderazgo de este último papa, se abonó la idea del «ciudadano global» apoyando a todos estos organismos supraestatales que son los máximos depredadores de la soberanía de las naciones y de los individuos en pos de la centralización de poder.

Hoy muchos líderes mundiales asisten a su funeral, incluso aquellos que antes lo defenestraban, ahora se rinden a sus pies. Aunque ya sabemos cómo funciona la maquinaria política del poder, no deja de sorprenderme tamaña hipocresía.

Alabar al papa, para muchos políticos es sinónimo de ser empático, benefactor y eso es bien visto por la sociedad. Entonces hay que apelar a la demagogia y fingir la postura fácil. Se brindan alocuciones en favor del fallecido papa y lo alaban en las redes sociales. El sistema así funciona, muere algún líder o político famoso y, de la noche a la mañana, se vuelve bueno y digno de ser admirado, ignorando todo lo demás.

Y en el mundo evangélico no lo hacemos muy diferente. Ya desde hace muchos años se ha permeado la idea de que tenemos que tener los brazos abiertos y comulgar con todos los credos, hacer foco en nuestras causas comunes y no en lo que nos separa. Es cierto que el legalismo hizo mucho daño pero hoy parece que hay tanto miedo de «no ofender a nadie» que hay cosas que se evita decir.

Se hizo tanto énfasis en este mensaje que aquellos principios en los que se basó la reforma protestante parecen difuminarse y diluirse en nombre de la diplomacia. Y no, no estoy exagerando. A los cristianos que profesamos la fe evangélica se nos conocía más por ser protestantes. Ahora nos dicen evangelistas o evangélicos.
¿Pero acaso no éramos nosotros los que cuestionábamos el poder concentrado de una institución religiosa y esa jerárquica estructura de poder?

¿Por qué ahora queremos «quedar bien» y ser condescendientes con una institución que siempre ha distado mucho de predicar las verdades fundamentales que emanan desde las escrituras?

¿No será que estamos queriendo ser tan diplomáticos y no mostrarnos «extremistas» que estamos diluyendo los que nos distinguía?

La biblia para muchos cristianos, hoy, ya no es la norma moral de conducta en cualquier ámbito, sino un simple libro de sugerencias y superación personal.

Es cierto, la política no es fácil. Ningún evangélico político va a salir a sacar un posteo «pegándole» a un papa progresista, con el cual, en su fuero íntimo, discrepó y hasta lo criticó. Es mejor ser diplomático y hacer lo políticamente correcto, fingir decencia y evitar meterse en problemas.
Y ahí es donde la dictadura de la diplomacia y la corrección política empiezan a difuminar las verdades de la palabra de Dios. Y emerge el miedo a ser rechazado y quedar como un «ridículo».

Claro que hay que respetar a los otros credos. Claro que hay que ser sensibles ante el dolor ajeno. Pero una cosa es el debido respeto hacia otros credos y personas y otra muy diferente es salir a alabar a un papa jesuita, progresista y globalista que, lejos de ser un líder de paz, se regodeó y coqueteó con las agendas más anticristianas de la actualidad y con todos los cuestionados líderes de izquierda, hizo la vista gorda ante las más aberrantes atrocidades del régimen venezolano y aunó esfuerzos para dar rienda suelta a la destructiva agenda globalista, la cual entra en pugna y guerra directa con las libertades civiles originadas en los principios fundamentales de la fe judeocristiana.

Pero esa cultura y praxis «pacifista y diplomática» ha permeado a una buena parte del liderazgo evangélico, incluso en política. Y entiendo que tenemos que tener la apertura para hablar con todos, pelear codo a codo en las causas comunes, tener «diálogo» con todos los credos. No digo salir a bibliazos o ser un desubicado. Pero es muy sutil el desliz y es mas fácil querer quedar bien y no ofender a nadie, porque no hay que ser «extremistas». «No seas religioso, no hay que ser fanáticos», dicen algunos. ¿Perdón? ¿Ahora decir la verdad te vuelve un extremista? ¿Desde cuándo?

Así es como nuestra vara comienza a nivelar para abajo, así es como vamos socavando el anclaje que nunca debemos perder, que es paramos en las sagradas escrituras. Amar a las personas pero anclarnos en la verdad. El mundo está esperando una iglesia valiente, no una timorata y «pacifista» que quiera congraciarse con todos.

¿Abrazaremos y compartiremos con católicos y personas de diferentes credos? Por supuesto, también nos sentaremos en sus mesas, pero sin perder la esencia y aquello que nos distinguía y protestar cuando es menester hacerlo, las aguas mezcladas generan un sabor rancio y amargo. Cuidado. Respeto si, mezclas no.

Omar Sarmiento